lunes, 6 de febrero de 2012

Se pudre

El sonido seco e insoportable de las agujas del reloj retumbaba cual campanario en la sala vacía. Incolora. Su pulso seguía el ritmo del segundero. A cada tic-tac, un caudal de sangre entraba y salía de su corazón. Los latidos eran como golpes al cerebro y la presión sobre cada vena que envuelve la cabeza generaba la sensación de que en cualquier momento iban a estallar. Le afirmaba la soledad en la que estaba sumergido, por el silencio perturbable. Horacio aguardaba la hora para vomitar su pesar en ese espacio que parece cálido, ante una persona que parecerá comprenderlo. Quería transformar sus sentimientos en palabras que le sacasen de encima tanto sufrimiento. Pero ya es insoportable. Necesita largar esa mierda, no alcanzan los minutos. No llegan. La cantidad de veces que respiraba, incansablemente, no era suficiente. El calor agobiante parecía aplastar cada partícula de oxígeno. Las gotas de agua salada brotaban por sus poros. Tanta luz contrastaba con la falta de vida. Tan seco. Tan frío. Insípido. Amargo. No hay tiempo. La mierda se esparce por esa máquina tan perfecta que es el cuerpo y lo pudre. Su corazón es la bomba de tiempo que lo hará estallar. Los latidos se aceleran aún más. Los órganos respiratorios colapsan uno sobre otro. Ahora el sistema circulatorio queda paralizado. Los pulmones atrofiados, intoxicados con tanta porquería, de nada sirven. Llamar bocanadas de aire con las manos es inútil, esa planta insulsa parecía cooptar ese aire vital. Horacio se deshacía por dentro. El hombre se ahogaba y nadie hacía nada. Sólo él era consciente de lo que pasaba. Leves impulsos eléctricos transmitidos a sus neuronas le hicieron saber que sus piernas ya no funcionaban, sin embargo, la presión en su pecho se desvanecía. Como toda su vida. Entonces, ya no se desespera por vivir. No intenta, sin suerte, mover las extremidades de sus manos o de sus pies. La presión en las venas cesa. La fuerza de los latidos se amansa. Su corazón descansa. Su cuerpo empieza a teñirse de verde y negro, con algunas partes de blanco. Esa especie de moho que despide un olor insoportablemente vomitivo, que sólo se bancan los carroñeros. Su cuerpo se pudre. Se deshizo en malos olores que nadie soportó. En ese lugar tan blanco, lleno de luz. Falto de aire. Horacio se pú-drió. Horacio se mú-rió.